domingo, 27 de marzo de 2011

García Márquez y Vargas Llosa: la novela en conjunto que no llegaron a escribir: la guerra Peru - Colombia

Escribe : Xavi Ayen


Los dos premios Nobel vivos de la lengua española, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa planearon, en los años sesenta, escribir una novela a cuatro manos, finalmente nonata. El tema no puede parecer más jugoso: la guerra entre Colombia y Perú que tuvo lugar en los años 1932 y 1933. 

García Márquez debía escribir la parte ambientada en Colombia, y Vargas Llosa hacerse cargo de la peruana. 

Las cartas que se conservan en los archivos de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EE.UU), enviadas por el colombiano al peruano, otorgan luz sobre detalles de este proyecto que no arribó a buen puerto.

El propio Vargas Llosa contaba a este diario, poco antes de recibir el premio Nobel el pasado mes de octubre, que “en París, cuando trabajaba en la radiotelevisión francesa, un día recibí de la editorial Julliard la novela Pas de lettre pour le colonel, y así descubrí a García Márquez, en francés. Desde entonces supe de él. Al publicar yo La ciudad y los perros, recibí una carta suya, y empezamos a escribirnos, e incluso planeamos escribir esa novela a cuatro manos sobre la guerra peruano- colombiana, un proyecto que finalmente quedó en nada. Hablábamos de ello, cambiábamos ideas. Se trataba de una guerra fantochesca por un pedazo de la Amazonia, pero era más divertido hablarlo que realizarlo”.

La idea fue de García Márquez, quien, el 20 de marzo de 1967, le revela a su amigo que, en septiembre, se trasladará a vivir en Barcelona. Le cuenta, asimismo, que ha acabado de corregir las pruebas de imprenta de Cien años de soledad y que, a última hora, ha cambiado la escena de un burdel de Macondo “sospechosamente parecida a cierto burdel de Piura”, es decir, el que da título a La casa verde, obra amazónica del peruano que acababa de leer y que, por lo visto, le influyó demasiado. 

“La coincidencia del burdel –prosigue– me ha inspirado una idea que tarde o temprano tendremos que llevar a cabo tú y yo: tenemos que escribir la historia de la guerra entre Colombia y el Perú. En la escuela, nos enseñaron a romper filas con un grito: ‘¡Viva Colombia, abajo el Perú!’”

Para convencer al joven Vargas Llosa, un persuasivo García Márquez le desgrana una serie de hechos reales que parecen extraídos de novelas del realismo mágico, y que habrían acabado siendo capítulos del libro:

  “La mayoría de las tropas colombianas que mandaron a la frontera se perdieron en la selva. Los ejércitos enemigos no se encontraron nunca. Unos refugiados alemanes de la primera guerra mundial, que fundaron Avianca, se pusieron al servicio del gobierno y se fueron a la guerra con sus aviones de papel de aluminio. 

Uno de ellos cayó en plena selva y las tambochas –hormigas venenosas de cabeza roja– le comieron las piernas: yo lo conocí más tarde, llevando sus condecoraciones en silla de ruedas. Los aviadores alemanes al servicio de Colombia bombardearon con cocos una procesión de Corpus Christi en una aldea fronteriza del Perú. Un militar colombiano cayó herido en una escaramuza, y aquello fue como una lotería para el gobierno: llevaron al herido por todo el país, como una prueba de la crueldad de Sánchez Cerro –el presidente peruano–, y tanto lo llevaron y lo trajeron, que al pobre hombre, herido en un tobillo, se le gangrenó la pierna y murió. 
Cartel de propaganda colombiana de la guerra contra Perú.

Tengo dos mil anécdotas como estas. Si tú investigas la historia del lado del Perú y yo la investigo del lado de Colombia, te aseguro que escribimos el libro más delirante, increíble y aparatoso que se pueda concebir”.

Vargas Llosa contestó que sí. El 11 de abril de 1967, Gabo le escribe: “...cuánto me alegra que te guste la idea del libro a cuatro manos. A mí me parece fascinante, y creo que difícilmente se puede concebir una fábula más inverosímil y desternillante que este esperpento histórico. La posibilidad de dinamitar la patriotería convencional es sencillamente estupenda. Hace muchos años tengo la idea en la cabeza, pero me negaba a ponerla en práctica mientras no encontrara un cómplice peruano, porque de estemodo la traición es completa, por partida doble, y simplemente sensacional”.

García Márquez entra en consideraciones técnicas: “Hay que tratarlo con la tranquila objetividad de un reportaje, con recursos y técnicas puramente periodísticos, y con una seriedad y una abundancia de datos que dejen a los mojigatos clavados a la pared. Yo haré toda la historia del lado de Colombia y tú la del Perú. Prácticamente, lo único que tendremos que hacer en común es el cotejo de algunos episodios, para que no haya contradicciones”.

La novela, ligada a los hechos, iba a estar sustentada en una teoría conspiratoria: “...es probable que Sánchez Cerro y nuestro Olaya Herrera –el presidente colombiano– se hubieran puesto de acuerdo para hacer esta guerra, que había de consolidarlos a ambos en el poder”. Olaya Herrera, según explica García Márquez, “era el primer presidente liberal después de 45 años de hegemonía conservadora, y la guerra con el Perú le dio la oportunidad de unificar a los partidos en la excitación patriótica, y les puso a los decrépitos senadores de la oposición un uniforme de general de la república, y los mandó a morirse de paludismo en la selva. Hay una versión no confirmada de que el asunto lo arreglaron en un club de Lima políticos y diplomáticos de ambos países, que formaban parte de un equipo de polo internacional. ¡Fíjate (...)!”.
Luis Miguel Sánchez Cerro

Enrique Olaya Herrera

Los dos escritores hablaron incluso de los asuntos prácticos. “El problema –decía García Márquez– es que ambos tenemos que irnos a nuestros respectivos países, y allí tomar los datos precisos. Yo pienso encerrarme en la redacción de El Tiempo a reconstruir los hechos día por día, y obtener en esa forma toda la versión oficial, que he de complementar con datos suministrados por la academia de historia. (... ) Imagínate que uno de los héroes de estas jornadas gloriosas es el poeta Juan Lozano y Lozano, que ahora es embajador de Colombia en Roma, y que fue enviado a pelear ‘en representación de las letras colombianas’. Como él hay muchos. Nuestra ventaja es que ahora ellos se sienten próceres olvidados, y a la menor provocación soltarán la lengua, pensando que les vamos a hacer justicia. Piensa que Colombia trató de aniquilar al Perú con una delirante máquina aérea, llamada el sexquiplano, comprada en Londres y llevada a la bahía de Tumaco desarmada en piezas. El sexquiplano nunca se elevó más de 10 metros, y durante muchos años se utilizó para hacer giras turísticas, a ras de agua, en la bahía de Tumaco”.

En un determinado momento, el colombiano habla incluso de fechas: “Yo no puedo ir a Colombia, con este fin, sino dentro de un año largo, a mi regreso de Europa, y después de haber escrito la novela del dictador –se refiere a El otoño del patriarca– (…)”.

Vargas Llosa le debió de manifestar a su amigo algunas objeciones prácticas para conseguir datos, pues tenía en su contra a buena parte del estamento militar peruano, que había visto en La ciudad y los perros una feroz crítica a los valores castrenses. Gabo le responde aludiendo a “tu situación con los militares, la cual, supongo, será peor cuando publiques tu novela sobre el guardaespaldas –se refiere a Conversación en La Catedral–. Pero creo que de veras el tema merece que se finja bajar la cabeza (...) para después soltar el cañonazo”.

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