Apertura sin regalos
Creer en ello no nos lleva, por cierto, a la tesis de que la mejor manera de enfrentar a Chile sea cerrando nuestros mercados e impidiendo cualquier acercamiento inversor.
Por el contrario, allí no radica debilidad alguna de nuestro país, sino, una fortaleza.
Que los chilenos tengan inversiones estratégicas no vale un comino si de seguridad nacional se trata. Es un monigote demagógico el que se quiere levantar al respecto. El día –que nadie lo desea– que se desate por una eventualidad ingrata un enfrentamiento militar entre ambas naciones, a la hora de declarado tal, dichas empresas serán estatizadas y puestas bajo control nacional.
¿Que su manejo les otorga información valiosa a los chilenos? Esto es un disparate. Basta entrar a cualquier pagina web del sector energético, minero o portuario y se sabrá con milimétrica exactitud la bendita información estratégica.
El Perú, mas bien, debe manejar con inteligencia esta situación y tornarla un arma a su favor. Después de todo, los inversionistas chilenos radicados acá van a ser los primeros lobbistas en contra de cualquier calentamiento político.
Guerra fría
Frente a Chile hay que mantener siempre –no solamente ahora– una actitud de prevención y de alerta. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que nuestros vecinos del sur sí se están preparando para una guerra.
La compra de armas es el síntoma más evidente, pero, más que ello, es la propia lógica de su Estado la que nos conduce a dicha conclusión.
En pocos años, Chile sufrirá una grave carestía energética, falta de agua; sus mercados externos se irán cerrando si el Perú mantiene su tasa de crecimiento y su agresiva conquista de los mismos destinos comerciales.
En esa perspectiva, no pasarán 20 años y Perú será más que Chile. Seremos los líderes del Pacífico sur y, dada nuestra capacidad, inmensamente superior a la chilena, dicha diferencia se irá haciendo cada vez mayor. ¿Qué es lo único que podría evitarlo? Una guerra.
Pretextos habrá
Más allá de la voluntad de los pueblos o el propio deseo coyuntural de los gobernantes, cuando dichos desequilibrios se producen, suelen sobrevenir las guerras. Y los pretextos no estarán lejos del alcance chileno. Un problema con cualquier empresa chilena que invierta en el Perú se podrá escalar mediáticamente (ya lo vimos en el caso Lucchetti); un error diplomático, sin duda, puede producir ello, más aún, en la coyuntura que nos enfrenta en La Haya; la improbable pero factible llegada al poder de Ollanta Humala o del general Donayre sería el “motivo” perfecto para aducir una amenaza a su seguridad nacional, etcétera.
El Perú necesita lograr un poder militar disuasivo y montar una adecuada línea de defensa (se espera que el tubo de Camisea, la central del Mantaro, Sedapal y Talara, como La Pampilla, estén a buen recaudo) pero, más que ello, una estrategia geopolítica.
Mapocho revuelto
Las renuncias del canciller y del ministro de Defensa chilenos no son una casualidad. Hay que leer con atención la política chilena. La Concertación está jaqueada por la derecha y eso nos puede ayudar en el corto plazo, pero, a mediano plazo, que la derecha llegue a La Moneda debería ser motivo de inquietud dada su natural actitud guerrerista contra el Perú.
Se necesita algo más que eventuales declaraciones fuertes del presidente García frente a Chile. En el lenguaje diplomático, ello podrá bastar, pero en la “real realidad” las cosas suelen deambular por otros linderos. Lamentablemente, menos por los senderos de la razón que por los de la fuerza.
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